jueves, 3 de septiembre de 2009

Televisión registrada

Hace ya bastante tiempo que cualquiera, sin ser necesariamente un gran observador, puede advertir que la cultura común en general ha entrado en una vertiente en cuanto a calidad y contenido.

Este fenómeno puede percibirse en el día a día, en las costumbres, en las conversaciones, en el paisaje urbano. Pero donde más explícitamente emerge a la vista, es en los medios de comunicación, que son en gran parte responsables de la decadencia cultural.

Los argentinos, puntualmente, somos consumidores de una televisión frívola y vacía, que no enseña ni expone nada interesante o constructivo, sino que por el contrario exalta antivalores y exhibe las miserias humanas, disfrazándolas de cómicas e idolatrándolas, a fin de tentar al televidente a querer más, y así con el mínimo esfuerzo intelectual, se obtienen picos de audiencia, que son la muestra más clara de cómo nuestra sociedad está más cerca de lo instintivo y lo animal que de lo racional y lo civilizado.

Cuando las ideas parecen terminarse, y el público se vuelve exigente, entonces programas como “Showmarch”, nos han enseñado que la vulgaridad es la respuesta. Se apela a lo sencillo. Mujeres semidesnudas parodiando escenas de sexo explícito, sin estar necesariamente en el horario de protección al menor (que aunque todos sabemos que ya prácticamente no existe, a mi criterio en vista a los tiempos cambiantes, tendría que terminar a las doce pm aproximadamente) y escudándose bajo la denominación de arte.

Pero el público no es idiota. Existe una complicidad entre el programa y el televidente. Sabemos que no es arte, sabemos que traspasa el erotismo y es casi de mal gusto, pero tenemos ese deseo animal de conocer los límites, ver hasta dónde aquel espectáculo de lo instintivo puede llegar. Y en ese marco, vamos perdiendo las inhibiciones del hombre racional, se vuelven difusos los límites, y sentimos que existen nuevas reglas, parece que el instinto animal triunfa, que el hervor de la sangre reemplaza al impulso racional y a la prudencia.

Pero lo más degradante de la televisión nacional, no es solamente Showmatch. Se ha construido alrededor de este programa, toda una red de otros programas, a los que se suele llamar mediáticos (a mí me gusta llamarlos "televisión basura"), que incurren aún más en la falta de creatividad e ideas, ya que su contenido se limita a la constante repetición y “análisis” del Show principal. Se fomentan los escándalos premeditados, que cada vez son más módicos y se festeja cualquier irreverencia, demostrando que siempre se puede caer más bajo.

Estos “programas mediáticos” se renuevan constantemente, y cabe aquí hacer una aclaración: se renuevan, no se reinventan. El programa gira siempre en torno a lo mismo, escándalo, difamación, exhibicionismo, pero sus protagonistas van rotando constantemente, como si se tratara de una obra de teatro clásica, interpretada por diferentes compañías actorales.

Los protagonistas de estos escándalos, son figuras realmente patéticas. En su mayoría son mujeres con cuerpos esculturales (obviamente construidos por algún hábil bisturí), que hacen honor al estereotipo clásico de la mujer bella, sin manifestaciones de inteligencia. Aunque en muchos casos nos cuesta a primera vista diferenciar si en esas mujeres vemos la realización de la belleza, o el simple deseo carnal, incentivado por un exhibicionismo desmedido. Pero el circo mediático, no solo emplea mujeres maleables y sin escrúpulos. Últimamente se ha desarrollado un interés por lo extravagante, por lo raro, por lo grotesco. Se incluyen enanos, travestis, lesbianas, todos sin talentos, carentes de un mensaje o una idea clara. Su función es sencilla y bien definida: hacer el ridículo. Estos personajes se prestan a la difamación, a la burla, pagan cualquier precio por su minuto de cámara, por un poco de fama pasajera y banal. Y cabe aclarar, que este desfile de personajes y vulgaridades ocupa la mayor parte de la tarde, sucediéndose unos tras otros los programas que son copias de sí mismos, todos apuntan a lo mismo: reunir la mayor cantidad de audiencia, con contenidos lo más mediocres posible.

El problema de esta televisión tan banal ya lo plantea de cierto modo Beatriz Sarlo en su libro “Escenas de la vida posmoderna”. La educación compite con los medios masivos de comunicación, y le es casi imposible triunfar. Es que las reglas son injustas desde el principio: un chico pasa más horas frente al televisor que en un establecimiento educativo o abocado a tareas productivas como la lectura o el cultivo de su intelecto. En este panorama, es imposible que la educación pueda revertir los efectos negativos que la televisión basura provoca en los jóvenes, por lo que ésta, termina sumiéndose e impregnándose de contenido mediático para tratar de este modo de construir una conexión con los televidentes/alumnos.

Debería reevaluarse el contenido de la televisión, sobre todo de la televisión abierta (que es la causa material de éste análisis). La inclusión de programas que fomenten el desarrollo cultural, que promuevan el conocimiento como el medio para alcanzar los fines (aunque para mí el conocimiento debe ser un fin en sí mismo), que divulguen los valores principales de una vida lícita y que nos remitan a verdaderas figuras dignas de admiración, podría ser la clave fundamental para modificar gran parte de los problemas sociales del país.

Alguien me comentó una vez: -es bueno que haya programas “chimenteros”, te reís un rato, te distrae un poco de todo lo que pasa-. Y al igual que cuando me lo dijeron, reitero, hay formas mucho más positivas y constructivas de “reírse un rato” y distraerse. Una distracción que anestesia el cerebro, que inculca la vulgaridad, que le resta contenido a la cultura, no es una distracción, sino un método para llevar al ciudadano a la ceguera, a la ignorancia de la realidad, a la ignorancia de los temas realmente importantes, es una distracción dañina, que a mi criterio es mejor suplir por un buen libro o un juego de ajedrez.

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