sábado, 8 de agosto de 2009

Rebeldía S.A.

En una época, cuando la escuela todavía algo le enseñaba, al que quería aprender, rotulábamos de rebeldes a figuras como Urquiza o “El Chacho” Peñaloza, entre otras, que cuadraban perfectamente con la definición de rebelde que la Real Academia Española nos ofrece: 1. adj. Que, faltando a la obediencia debida, se rebela (‖ se subleva). Eran verdaderos ejemplos de rebeldía, hombres y mujeres que enarbolaban ideales altísimos y que eran capaces de defenderlos hasta con su vida. Sin duda alguna, este es un modelo totalmente opuesto a nuestro modelo actual de rebeldía.
Obviamente sí, los tiempos han cambiado bastante, pero más allá de las contingencias históricas, la rebeldía siempre significará lo mismo, será siempre ese espíritu de inquietud, de movimiento, de necesidad de cambio, esa voluntad constante de tratar de cambiar un sistema que se considera errado y que probablemente lo esté. Pero por sobre todo, creo que lo principal de la rebeldía, para que sea legítima, y no una mera incitación a la violencia o a la oposición destructiva son los ideales, un rebelde debe tener ideales.
Sin embargo, un modelo de rebelde tan idealizado, tan correcto, tan activo, solo se encuentra en los libros de historia. Y es que se ha comprendido el peligro que los rebeldes representan, no solo para los gobiernos, sino también para el mercado, sino también para los medios. Y es así, que aprovechando el enorme entramado de cambios de la denominada posmodernidad, se reinventa el estereotipo de rebeldía: se lo vacía de ideales, se lo vacía de objetivos, se lo vuelve frívolo, y se lo minimiza. Pero por sobre todas las cosas la rebeldía se vuelve un negocio.
Identificamos al rebelde como aquel que combate el sistema, vestido con ropas diferentes, usando mochilas y emblemas de bandas de rock, heavy metal o diferentes estilos que el mercado imponga. Los grupos musicales con más suerte, se convierten en emblemas de la rebeldía posmoderna, profesando un mensaje confuso y quizá contradictorio, pero siempre simple, porque en nuestra época, lo complejo no se entiende. Así estas bandas “rebeldes”, aprovecharán para vender miles de discos, llenar estadios en conciertos, vender todo tipo de productos: remeras, pines, vinchas, mochilas, etc.…
Es irónico que quienes combaten al sistema hoy en día, sean grandes contribuyentes a su crecimiento. Hoy, para ser rebelde no hay que pensar, hay que comprar.
Así escuchamos y repetimos letras de canciones, sin saber muy bien que dicen, difundiéndolas con orgullo, ejerciéndolas, sin saber que en realidad, somos eslabones de una estrategia comercial que contribuye a fortalecer todo lo que creemos, estamos repudiando.
Lo más alarmante es que este modelo de rebelde que se compra en cualquier centro comercial, ha podido involucionar más. Y lo vemos en los recientes, pero pasajeros floggers. Una moda urbana, que se convirtió en un movimiento nacional, y cuyo ideario estaba conformado por marcas comerciales, esa es la ideología del adolescente posmoderno, el mercado. Éste triunfo del no merito, este éxito de la nada, ha expuesto lo bien que la mercadotecnia maneja a la sociedad, no son los partidos políticos los enemigos del pueblo, el verdadero enemigo es aún más grande y más perverso.
Entonces la rebeldía se reduce a “rebeldía adolescente”, para de ese modo restringirla. Pero además ya no se la vincula con temas generales, sino con el amor, con la relación con la familia, con el aspecto personal, todo un repertorio de situaciones que el mercado prevé y controla. El acercar cada vez más cosas a los más jóvenes (celulares, sexo, autos, etc.) no tiene que ver con los tiempos cambiantes, sino más bien con la necesidad de ampliar el mercado sin conciencia de las consecuencias.
El rebelde, en su justo significado, siempre será necesario, para difundir un mensaje de realidad, para poner freno a las arbitrariedades, para renovar las estructuras y las instituciones, con la muerte del rebelde clásico ilustrado, la sociedad de consumo ha conseguido una victoria demoledora.

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